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Hipotermia: ¿qué ocurre cuando nuestro cuerpo pierde la batalla contra el frío?

Cuando la pérdida de calor es mayor que la producción de calor, nuestra temperatura desciende. Es entonces cuando se activan los mecanismos de respuesta de emergencia de nuestro cuerpo para mantener su temperatura (al menos durante un tiempo).
Cuando la pérdida de calor es mayor que la producción de calor, nuestra temperatura desciende. Es entonces cuando se activan los mecanismos de respuesta de emergencia de nuestro cuerpo para mantener su temperatura (al menos durante un tiempo). | Fuente: Freepik

Cuando la pérdida de calor es mayor que la producción de calor, nuestra temperatura desciende. Es entonces cuando se activan los mecanismos de respuesta de emergencia de nuestro cuerpo para mantener su temperatura (al menos durante un tiempo).

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El 14 de septiembre de 2022, unos montañeros descubrieron los cuerpos congelados y sin vida de dos excursionistas en los Pirineos españoles a 2 500 m de altitud. Las víctimas, una pareja experimentada de unos sesenta años, fueron trasladadas a un hospital de Barcelona, pero no pudieron salvarse.

A su llegada a urgencias, su temperatura interna había descendido a sólo 16 °C.

Este trágico desenlace nos recuerda que la hipotermia puede sorprender incluso a los más precavidos y que el frío es, literalmente, mortal.

Cómo perdemos el calor

Afortunadamente, no estamos completamente indefensos ante el frío. Nuestro cuerpo dispone de técnicas para mantenerse caliente y limitar la pérdida de calor.

Nuestra temperatura corporal ideal ronda los 36,6 °C. Es el punto idóneo para el desarrollo de las células. Sus proteínas son más eficientes, al igual que sus mitocondrias, sus fábricas de energía. Todos estos mecanismos constituyen el metabolismo interno, y nuestro preciado calor procede de su funcionamiento.

Pero este calor interno puede perderse fácilmente de cuatro formas principales:

  • Por radiación, en la superficie de la piel (la fuente de pérdida más importante);

  • Por conducción, a través del contacto directo con una superficie fría (muy utilizada cuando hace calor);

  • Por convección. El aire forma una capa aislante alrededor de nuestro cuerpo que el viento rompe;

  • Por transpiración. Cuando el agua se evapora de la superficie de la piel, arrastra el calor.

Cuando la pérdida de calor es mayor que la producción de calor, nuestra temperatura desciende. Es entonces cuando se activan los mecanismos de respuesta de emergencia de nuestro cuerpo para mantener su temperatura (al menos durante un tiempo).

El hipotálamo se encuentra en el centro del cerebro
El hipotálamo es el centro de control de nuestra temperatura corporal. Blausen.com staff (2014), CC BY

El centro de control de nuestra temperatura corporal se encuentra en el hipotálamo, una pequeña región situada en la base del cerebro. Funciona como un termostato extremadamente preciso y reacciona a la información recibida a través de sensores ultrasensibles situados en la piel, la médula espinal, el abdomen y las venas.

A la menor desviación de 36,6 °C, se enciende nuestra caldera interna. Aumenta nuestra producción de calor y se reduce la pérdida de calor a través de mecanismos involuntarios:

  • La piloerección o piel de gallina: nuestro pelo se eriza para expandir nuestra capa aislante de aire.

  • Los escalofríos: nuestros músculos se contraen para aumentar el metabolismo hasta cinco veces y generar más calor.

  • La redirección de sangre caliente lejos de las superficies externas frías, de ahí que nuestra piel palidezca.

Así, aunque los dedos de los pies y de las manos estén fríos cuando camina por la nieve, sus órganos siguen a 36,6 °C. Los fisiólogos llaman a esto capacidad de mantener constante nuestra temperatura interna u “homeostasis”, independientemente de las condiciones externas.

Y eso no es todo: el frío también provoca respuestas conductuales. Además de a nuestro cuerpo, el hipotálamo también informa a las regiones superiores del cerebro sobre la situación, gestionando la lógica y encontrando soluciones. Esto es lo que nos hace buscar lugares más cálidos, refugiarnos del viento, beber algo caliente…

Una calle nevada en Oymyakon
Situada en el este de Rusia, Oymyakon es la ciudad más fría del mundo, con una temperatura media en enero de -46,4 °C. Ilya Varlamov, CC BY-SA

Efectos físicos de la hipotermia

Pero nuestra capacidad para resistir el frío tiene sus límites: ropa demasiado ligera o mojada en tiempo gélido, permanecer demasiado tiempo a la intemperie… Cuando se superan, el interior del cuerpo empieza a enfriarse. La hipotermia se produce cuando nuestra temperatura central desciende por debajo de 35 °C.

En función de los síntomas y de la temperatura corporal medida, se distinguen cuatro estadios de hipotermia (según el sistema suizo). Con una temperatura corporal entre 28 y 35 °C, se habla de hipotermia leve a moderada; por debajo de 28 °C, de hipotermia profunda; por debajo de 20 °C, de hipotermia extrema.

Bastan dos grados por debajo de nuestra temperatura interna normal para reducir la actividad de nuestras proteínas y hacer que descienda el metabolismo de nuestras células hasta niveles tan bajos que ponen en peligro el funcionamiento de órganos vitales.

Si estas señales no se atienden a tiempo, la situación puede convertirse rápidamente en una amenaza para la vida. Los efectos físicos de la hipotermia son múltiples:

  • El corazón late más lento, lo que se traduce en un pulso débil. Al mismo tiempo, se reduce la coagulación de la sangre.

  • Nuestro metabolismo reducido debilita los músculos de los pulmones. Nuestra respiración (inspiración y espiración) se vuelve más lenta, más superficial.

  • Al principio aparecen escalofríos, pero a medida que nuestras mitocondrias pierden eficacia, el suministro de energía disminuye. A partir de cierto punto, dejamos de temblar, lo que constituye una importante señal de alarma.

Confusión y pérdida de conciencia

Pero los mejores indicadores de hipotermia pueden ser los cambios de comportamiento: las personas muestran confusión, no se dan cuenta de que tienen frío (porque ocurre gradualmente), hablan cada vez con más dificultad y actúan de forma extraña.

Por ejemplo, se han notificado casos de “desvestido paradójico”. Como el hipotálamo se despista, las víctimas creen que tienen calor y empiezan a desvestirse. Se las encuentra desnudas, pero acurrucadas en un espacio reducido, vestigio de un reflejo animal de repliegue para protegerse.

Entonces, el nivel de atención se deteriora, la coordinación se debilita y aumenta el comportamiento de riesgo. Por último, se produce una pérdida de conciencia, que puede ser mortal debido a una parada cardiaca y a una falta prolongada de oxígeno en el cerebro.

En un último intento por mantenerse con vida, nuestros mecanismos de control interno cortan el flujo de sangre caliente a las extremidades, como las manos y los pies. El calor corporal se conserva para los órganos vitales.

Nigel Vardy en el hospital, mostrando sus heridas ennegrecidas en manos y cara (nariz y mejilla)
En 1999, el alpinista Nigel Vardy sufrió graves congelaciones tras exponerse a temperaturas de -60 °C en Alaska. Tenía las manos y los pies afectados y hubo que amputarle parcialmente la nariz. Nigel Vardy, CC BY

Niños y ancianos, los más vulnerables

Hay diversos factores que contribuyen a la hipotermia y a la rapidez con que puede deteriorarse la situación.

El agua conduce el calor 24 veces más rápido que el aire. La sudoración (y por tanto la actividad física extenuante) debe evitarse cuando hace frío, pues provoca una pérdida importante de calor.

La edad también es un factor importante. Los niños corren más riesgo porque la superficie de su piel es muy extensa en relación a su cuerpo, lo que les hace perder calor rápidamente. Sus músculos aún no les permiten temblar con eficacia. Las personas más jóvenes tienen un tipo especial de grasa llamada “grasa parda” (rica en mitocondrias) que produce calor extra, pero no es muy abundante.

En el caso de las personas mayores, el problema es que su cuerpo detecta peor los cambios de temperatura. Su termostato interno es menos eficaz y ya no reacciona de forma óptima al frío.

Por otro lado, el alcohol aumenta la pérdida de calor al dilatar los vasos sanguíneos de la piel. Y su abuso deteriora el pensamiento y aumenta el comportamiento de riesgo. Algunos fármacos y medicamentos, especialmente los antidepresivos, pueden tener efectos similares.

Ciertos trastornos como la anorexia o el hipotiroidismo también pueden reducir nuestra resistencia al frío.

¿Qué hacer?

No dude en administrar primeros auxilios a una persona que padezca hipotermia. ¡Cada minuto cuenta!

Llame a un médico y lleve al afectado a un lugar más cálido, pero evite calentarle demasiado rápido, ya que es peligroso. Si es el caso, quítele la ropa mojada. Dele una bebida caliente sin alcohol y cúbrale con mantas y ropa seca. Es mejor no frotar la piel y no exponerla directamente al calor, como con un baño de agua caliente (que puede causar quemaduras). En los casos más graves, con pérdida de conocimiento, es necesario el traslado a una unidad de cuidados intensivos.

En 1999, tras un accidente de esquí, la sueca Anna Bågenholm estuvo 80 minutos en agua helada. Cuando fue rescatada, los médicos midieron la temperatura corporal más baja jamás registrada, 13,7 °C. Para sorpresa de todos, se recuperó. La hipotermia súbita a veces parece “crioproteger” los tejidos, lo que lleva a la medicina de urgencias a concluir que no se puede declarar fallecido a nadie hasta que esté caliente.

Estos conocimientos se aplican ahora para preservar mejor los órganos trasplantables y proteger mejor los órganos vitales durante la cirugía cardíaca prolongada, inyectando líquido frío en el torrente sanguíneo.

Por tanto, durante las olas de frío, asegúrese de protegerse y proteger a las personas vulnerables, jóvenes y mayores. Manténgase cubierto con ropa seca, cortaviento e hidrófuga, sobre todo alrededor de la cara y la cabeza. Para las personas sin hogar, solas o incapaces de cuidar de sí mismas, los servicios sociales pueden ser de gran ayuda, y usted también.The Conversation

Pieter Vancamp, Post-doctorant, Muséum national d’histoire naturelle (MNHN)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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