Chiclayo: ´En Octubre hay muchos milagros´

Ha terminado con una puntualidad de suizos la misa que da inicio al recorrido del Señor de los Milagros, el padre extiende las manos al cielo, los fieles agachan sus cabezas para recibir la bendición. Pueden ir en paz, dice el sacerdote, y los devotos responden alegres ‘demos gracias a Dios’.

Son las 8 de la mañana y los vientos fríos y climas tristes no pudieron hoy contra la brillantez de un sol radiante que se erige sobre la ciudad de Chiclayo. No es para menos, la sagrada imagen del Señor de los Milagros hoy dará sus primeros pasos en esta nueva fecha de festividad, y miles de fieles aplauden su salida triunfal.

Algo tímido, con una sospechada indecisión, el alcalde se acerca para cargar el anda, los miembros de la hermandad le construyen un túnel a su paso, y los fotógrafos, entre roces y empujones, disparan sus flashes sobre la autoridad, que sonríe junto a un ramo de flores.

Los trajes morados hasta ahora se ven muy pulcros y planchados, los nudos bien sujetos a la cintura y al cuello, son la distinción muy particular de los miembros de esta hermandad.

Me cuenta uno de esos fieles de antaño que acumular nudos en el hábito obedece a un año de buen desempeño realizado en la procesión, que se cristaliza con un milagro concedido. Miro al que solo tiene uno, y también al que lleva ocho consigo en su gruesa cuerda.

A las 9 de la mañana empieza el repique de las campanas, la banda hace su primer esfuerzo, y los coros al unísono empiezan a circundar el paso bamboleante de las cuadrillas.

Las primeras en cargar el anda, que pesa una tonelada entre metal y madera, son las mujeres; 36 de ellas, formadas en cuatro filas de nueve, empiezan a mecer sus cuerpos a paso firme de buenas cristianas.

El olor a sahumerio e incienso que traspasa los sentidos y llega hasta el corazón de cada uno de los fieles, empieza a invadir cada una de las calles. Algunos de ellos cierran los ojos y balbucean en tonos silenciosos frases que son inentendibles, otros aplauden al ritmo de los sonidos de la banda, algunos miran  fijamente la sagrada imagen con una atención casi pocas veces percibida. Pero muchos se dejan arrastrar por la multitud como cuerpos inertes e hipnotizados que buscan paz interior y un momento de desasosiego.

El rosario que sostiene entre sus marchitas manos y el pequeño carrito donde se desplaza hacen que mis sentidos adviertan su presencia, se llama Libia del Carmen Fernández Vega, quien viene desde un pueblo joven lejano de la ciudad, y me cuenta que hace unos años sufrió un derrame cerebral que la dejó al borde de la muerte e inútil para poder mantener a su pequeños hijos.

“Creí que me moría, recé mucho, quedé en este estado -y señala sus piernas insensibles y su moto pequeña donde se desplaza- pero desde entonces no he dejado de venir a rezarle por seguir dándome ganas de vivir”, me confiesa.

Mientras termino de anotar su nombre me bendice a lo lejos, como si la imagen de ese Cristo poderoso sobre andas reflejara su poder.

Son casi las 11:00 a.m. y entre el tumulto una sahumadora camina hacia mí. Recemos mucho por todos, alcanzo a escuchar y mi curiosidad va más allá. Por algunas arrugas en su rostro sospecho que muchos recorridos han acompañado su vida. Me cuenta que se llama Leonor Chávez, y que tiene 75 años, antes de ello me dice que desde que tiene 18 años se dedica a la labor de sahumadora, hago la resta en mi mente y creo que de las 25 sahumadoras que acompañan esta procesión es la que más milagros ha tenido con 57 años de oficio religioso.

“Yo tenía aneurisma, cuando me curé le prometí que sería sahumadora hasta el último día de mi vida y aquí me tienes” dijo. Un silencio sepulcral invadió mi ser, que volvió a reponerse al toque de las campanas de la catedral que anunciaban las 12:00 p.m.

Los ruidos de las bocinas, el estridente sonido de los silbatos y el contaminante humo de los carros, parecen no distraer la atención de la gente que viene y va.

Una integrante de la hermandad, que no quiso decir su nombre, me dice que fue desahuciada y tuvo siete operaciones. “Mi fe es tan grande, le debo la vida y no me importa venir desde Chincha para poder seguirlo”, susurra antes de marcharse. Los curiosos han visto mi agenda, aunque sospechan qué oficio tengo, me detienen para no preguntarle su nombre.

Debo irme ya, pero no quiero separarme de la muchedumbre sin antes comprar un turrón que no es de acá, pero son agradables. Abel Ruiz es el vendedor y mis pupilas se dilatan cuando me cuenta que ha vendido 400 soles en 10 cuadras recorridas. “A mí siempre me acompaña el señor, durante los meses anteriores no he vendido nada pero hoy ya vendí para todo el año, dígame si esto no es un milagro”, me pregunta.

Pocas veces un pueblo puede llenarse de olores santos, en muy escazas situaciones las calles están inundadas de santidad.

En un lugar como Chiclayo, donde la gente camina mirando a todos lados por cuidado, o donde el humo de los autos contamina cualquier traje inmaculado. Es alentador repicar las letras del himno procesional que reza en algunas frases… “Unidos todos con una fuerza hagamos grande nuestro Perú”.

Por: Henry Urpeque

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