Opinión
En EEUU gobierna el Ku Klux Klan
Investigador científico, Incipit-CSIC
Las alarmas antifascistas no paran de sonar en EEUU. Entre las últimas, la de Jason Stanley, profesor de filosofía en Yale y autor de Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida (2020), que ha decidido exiliarse en Canadá. Cuando los expertos en fascismo, como Jason Stanley, Ruth Ben-Ghiat o Robert Paxton avisan de que en EEUU estamos asistiendo al nacimiento de un régimen autoritario, deberíamos empezar a preocuparnos.
Motivos no faltan: las deportaciones de migrantes, la persecución de estudiantes, el ataque a la universidad y la educación en general, la expulsión de científicos, las restricciones a la libertad de expresión y el derecho de protesta, el (bochornoso) culto al líder. La sensación de déja vu es inevitable y remite a los años 30.
Pero la fijación con el fascismo, en EEUU como en otros países, puede impedir comprender otras raíces de la actual ultraderecha. Es más, corremos el riesgo de imponer un modelo fascista universal, con una serie de puntos que se repiten invariablemente en todos los contextos, independientemente del lugar y el momento, y que no ayudan mucho ni a entender el presente ni a prepararnos para el futuro.
El politólogo Federico Finchelstein, ya advirtió en Del fascismo al populismo en la historia (2017) del error de aproximación que supone homogeneizar experiencias. Criticó que se emplearan la versión italiana o alemana del fascismo como plantilla para entender todas las demás, algo que impide comprender la historia nacional de cada movimiento y sus fuentes de inspiración. Si esto es así con el fascismo clásico, lo es mucho más con los regímenes de extrema derecha que están surgiendo en el siglo XXI.
EEEU es un buen ejemplo. El país cuenta con un largo historial de movimientos radicales, que se retrotrae al último tercio del siglo XIX y que incluye tanto propuestas populistas -como el People’s Party- y estrictamente de extrema derecha -como el Ku Klux Klan.
El caso del Klan resulta especialmente relevante para entender lo que está sucediendo hoy. Porque más que un movimiento es un barómetro político. Cada vez que ha surgido, lo ha hecho en relación a un momento de ansiedad colectiva entre los grupos privilegiados, el temor a perder su posición dominante (blancos contra negros, protestantes contra judíos y católicos, nacionales frente a inmigrantes).
El primer KKK nació en 1865 a raíz de la derrota de la Confederación y la emancipación de los esclavos. Muchos sureños de origen europeo veían en la libertad de los negros un riesgo existencial: el objetivo del grupo era restaurar la supremacía blanca y frustrar el programa de reconstrucción orquestado desde el Norte. El segundo Klan se fundó en 1915, en un contexto de antisemitismo, movilización de la izquierda por derechos laborales e inmigración masiva. El tercer Klan se desarrolló en los años 50 y 60 como respuesta al movimiento por los derechos civiles, que acabaría con la segregación racial.
No es exagerado afirmar que a lo que asistimos en EEUU es al control del país por un cuarto Klan, movido por ansiedades muy semejantes a las de otras épocas -en este caso el reconocimiento simbólico y la ampliación de derechos a minorías como los nativos, afrodescendientes y el colectivo LGTBI, la sensación de decadencia nacional y la migración (que es lo que ha salvado al país de entrar en un invierno demográfico). La ideología tampoco difiere mucho de la del KKK: ultranacionalismo, xenofobia, racismo, tradicionalismo moral y cristianismo fundamentalista.
La principal diferencia entre el trumpismo y el KKK es que el primero ha conseguido, por primera vez desde 1865, convertir una ideología minoritaria en ideología de gobierno.
Mucho de lo que está sucediendo y de lo que va a suceder en EEUU los próximos años lo entenderemos mejor si nos imaginamos en la Casa Blanca no a un Hitler o a un Mussolini, sino a un tipo con túnica blanca y capirote.
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