
Por Paola Herrera y Luciana Cáceda
Las brechas económicas entre hombres y mujeres son aún amplias. Una de las pruebas más claras es la diferencia en salarios: en 2024, las trabajadoras peruanas ganaron en promedio 25% menos que los hombres, convirtiéndolas en más vulnerables y dependientes económicamente. Igualar las oportunidades de desarrollo para todos requiere esfuerzos serios para implementar políticas tanto desde el sector público, como desde el privado y la sociedad civil.
Brechas en jóvenes
La magnitud de la brecha salarial varía durante la trayectoria laboral de las mujeres. En particular, se observa que las diferencias de ingresos laborales se amplían durante la edad fértil de las mujeres, sobre todo a partir de los 30 años. Por ejemplo, la diferencia aumenta de S/240 (equivalente a una brecha de 20.5%) en el grupo de 15 a 24 años a S/ 540 (brecha de 24.7%) en el rango de 30 a 39 años. Esto refleja el impacto de la maternidad en la obtención de empleos e ingresos de calidad de las mujeres.
Ello coincide con los hallazgos del estudio Niños del Milenio, que revela claras diferencias en la carga de trabajos del hogar entre mujeres y hombres. A los 22 años, por ejemplo, las mujeres dedican casi tres horas más al día al trabajo de cuidado no remunerado en comparación con los hombres de la misma edad. Esta distribución desigual de las responsabilidades domésticas limita las oportunidades de crecimiento profesional de las mujeres y su acceso a mejores condiciones salariales.
En esa línea, la carga doméstica limita el acceso de las mujeres a empleos y educación de calidad. En 2023, la población que no estudia ni trabaja (NINI) representó el 18.2% de jóvenes de 18 a 29 años, con las mujeres (28.1%) duplicando la proporción de los hombres (13.1%). Esto refleja el impacto del trabajo no remunerado en el hogar: muchas de ellas sí trabajan, pero su labor permanece invisibilizada.


Impacto de largo plazo
Las brechas desde edades tempranas limitan el desarrollo profesional de las mujeres, sobre todo en cargos empresariales, donde el liderazgo femenino continúa limitado pese a los avances de los últimos años. Según un estudio de Women CEO, en 2022, el 51.8% de las 218 empresas listadas en la Bolsa de Valores de Lima no cuenta con ninguna mujer en su directorio. Además, a pesar de que, en promedio, los directorios cuentan con cinco miembros, solo el 4.6% de las empresas tiene al menos tres mujeres en estos espacios.
Con menos oportunidades de desarrollo profesional, las brechas de género en salarios se amplían nuevamente desde los 45 años, ascendiendo a más de S/650 (brecha de 28.8%) en el grupo de 45 a 54 años; y se mantiene en alrededor de 25% en adelante. Esto debe a que las mujeres adultas mayores acceden en menor medida a trabajos formales en comparación con los hombres. En el largo plazo, esto impacta en su posibilidad de acceder a una pensión, al mismo tiempo que son más probables de caer en situación de pobreza.
Barreras sectoriales
También existen marcadas diferencias en la participación e ingresos laborales de las mujeres según el sector en el que se desempeñan. Las trabajadoras se encuentran en mayor medida en sectores altamente informales, como el agro, el comercio y los servicios, donde representan a más del 40% de la fuerza laboral. En cambio, en sectores con mayores niveles de formalidad, como construcción y minería, predomina la fuerza laboral masculina, facilitando mayores ingresos para los hombres y ampliando la brecha salarial frente a las mujeres.
Incluso trabajando en el mismo sector, existen claras diferencias salariales. En sectores como manufactura, comercio, hoteles y restaurantes y agro, la brecha de ingresos entre hombres y mujeres supera el 30%. En el agro, esto responde a que el 40% de la mano de obra femenina es no remunerada -en particular en la agricultura de subsistencia-, el triple que en hombres (13%).
Sin embargo, en muchos casos estos patrones cambian en el ámbito formal. Por ejemplo, si bien la brecha de género en salarios asciende a 33% en el agro informal, dicha tasa cae a 6% en el agro formal, lo que refleja oportunidades para la mejora de condiciones laborales en actividades como la agroindustria y agroexportación. De manera similar, las desigualdades de ingresos entre hombres y mujeres se reducen sustancialmente al pasar de la informalidad a la formalidad en otros sectores como manufactura, transporte y servicios. Así, en promedio la brecha se reduce a casi la mitad, de 30% en el sector informal a 16% en el sector formal.
Las brechas de oportunidades laborales no solo afectan a las mujeres, sino que también a la productividad del empleo y el crecimiento económico. La evidencia muestra una relación positiva entre una menor brecha de género, una mayor competitividad y mayores ingresos de las personas. Por consiguiente, es esencial promover políticas que redistribuyan la carga doméstica y el trabajo no remunerado a través de los sistemas de cuidado y de condiciones laborales que impulsen el acceso de las mujeres a empleos de calidad.


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