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El coraje de no hacer nada: autocuidado y supervivencia
En una dinámica de autocuidados, mujeres eran preguntadas sobre cuándo había sido la última vez que habían hecho algo porque les apetecía, sin usar la expresión *tengo que. Tengo que recoger la ropa, tengo que llegar a esa reunión, tengo que llevar al niño.
Hasta el ocio venía precedido por un *tengo que: tengo que quedar con mi amiga María, tengo que sacar un hueco para Felipe que no pasa un buen momento; la sensación de deber se imponía y les costaba recordar algo que hubieran hecho por querencia propia. Incluso se usaba el *tengo que, para ir a una fiesta, explicando que por deferencia a las amistades era bueno *dejarse ver un rato, pero contando que estaban tan exhaustas que realmente no era un plan deseado para un viernes por la noche. Querían dormir.
El bucle ultraproductivo de obligaciones laborales, formativas, de cuidados, y de atención a otros/as, nos envuelve hasta lo patológico.
Todas se percibían cansadas y hablaban como una utopía de pasar una tarde tranquila viendo una película en soledad, haciendo repostería, deporte, paseando, o darse un baño sin cronometrar. Algunas siquiera tenían identificado lo que les apetecía porque no tenían tiempo de pensarlo, vinculadas a todos los *tengo que imperativos que iban sorteando hasta llegar al fin de semana con enorme fatiga. Otras, sólo sentían ganas de dormir o de relajarse en el sofá leyendo un libro.
La frustración de desatender nuestras necesidades de autocuidado, realización personal y social, los tiempos de soledad, los planes de ocio elegidos sin sesgos, sumada a la gran problemática económica que interfiere también, tiene consecuencias a veces irreversibles.
Nos propusimos hacer todas, esa semana, por lo menos una actividad desde la apetencia real, y también decir que NO a algo que no quisiésemos hacer, sin justificaciones, simplemente decir que No. ¿Puedes ayudarme el sábado con esta mudanza? Pues este fin de semana, No. ¿Te quedarías con el niño un par de horas? Pues no me viene bien. ¿Vienes a elegir un traje para la boda de mi amiga? Gracias, esa tarde voy a descansar.
Es vital que consigamos dejar de pedir perdón y excusarnos por no satisfacer y complacer las demandas de todo el entorno, sumadas a las propias obligaciones del día a día, que en una persona con dificultades económicas añadidas se pueden tornar insoportables, y ser la vía de entrada a diversas patologías mentales.
¿En qué sociedad vivimos para que los ritmos imposibles, los retos inasumibles para personas promedio, hagan que nos haga llorar de alegría (literal, en una de las presentes) haber dedicado un domingo a dormir y ver El Padrino?
Deberíamos revisar, además del espacio que nos dedicamos a nosotras mismas, el que nuestro entorno de afectos nos facilita de forma natural sin reproche o sin insistencia, sin provocar culpa, porque mamá va a dormir un rato, porque mi amiga hoy no quiso salir a tomar nada, porque mi primo no ha podido ayudarme a traducir un folleto, y no ocurre nada, está bien.
Nuestros días están plagados de peligros y muchas veces violencias que nacen de la opresión; de género, de clase, asfixia económica, abusos laborales, relaciones tóxicas… No debemos permitir que a todo eso se sume también el *tengo que, de forma automática al 90% de nuestro horario vivible.
A veces el decir , hoy no voy a *hacer nada, es una sana rebelión. Porque no hacer nada se considera perder el tiempo, no ser productivas, no aprovechar un día… pero a veces significa dedicarnos a lo que nos apetece, y sí es hacer *algo: lo es leer, escribir, pintar, ponerse una mascarilla en el pelo, regar las plantas o literalmente mirar al techo en silencio.
Necesitamos parar. Necesitamos escuchar nuestras apetencias, deseos e ilusiones: cuando ya no recordamos ni qué es lo que nos gustaba, debería darnos miedo.
La presión social, familiar, laboral, económica, de este país es asfixiante. Rompamos esa rueda, busquemos la manera de compaginar responsabilidades y vidas que se parezcan a cómo somos y nos produzcan alegrías; o por lo menos, nos alejen lo máximo posible de las terroríficas estadísticas de suicidios del estado.
Decía un psicólogo que el cerebro no está programado para hacernos felices, sino para sobrevivir.
¿No estáis cansadas de eso? ¿Cuándo fue la última vez que os reísteis a carcajadas hasta el llanto o que apagasteis el móvil dos días?
Pues a por ello. Que nos trituran.
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